Resulta evidente que la educación es ante todo un viaje interior, cuyas etapas corresponden a las de la maduración constante de la personalidad. Maduración en la
que iremos adquiriendo y consolidando conocimientos y actitudes en las que basaremos nuestros comportamientos y acciones.
Del mismo modo resulta básico aprender a vivir juntos, para lo cual será imprescindible educar desde la primera infancia las normas por las que se rige, o debería regirse, esta convivencia.
La Educación Temprana podemos afirmar que es aquella encaminada al desarrollo de la personalidad, y de los valores que nos permiten la convivencia, hasta el máximo de sus posibilidades.
Los logros fundamentales del desarrollo de la personalidad en educación temprana consisten en la formación de la autoconciencia y de una indudable subordinación y jerarquización de motivos.
Gracias a esto el niño y la niña adquieren un mundo interior bastante estable, que les permite una activa y consciente participación en el mundo que les rodea e imprime una determinada
tendencia a toda su conducta.
La condición fundamental para poder hablar de una formación de la personalidad en esta edad es que su comportamiento puede ser previsto, lo cual implica una dirección del comportamiento. El
punto central de esta formación es la observancia de reglas de conducta que son socialmente aceptadas, normas que los niños y niñas asimilan en su actividad y en la comunicación con los
adultos y el mundo circundante, y que les permiten regular su conducta de manera mucho mas efectiva que en etapas posteriores
Desde este punto de vista, los valores se conforman en el proceso de desarrollo del individuo, a partir de sus etapas más tempranas.
Dentro de esta concepción los valores son infinitos, en el sentido en que es infinita la realidad. Ello hace que realizando acciones que abarquen una gama importante de aspectos de la
realidad, se estén sentando las bases para la formación de múltiples valores. Dentro del enfoque "global del niño o niña" se instauran las premisas de los distintos valores específicos que
van a caracterizar al ser humano adulto, sin que se pueda pretender hablar de valores específicos en tan tiernas edades.
La formación de valores en la educación temprana debe realizarse de la misma manera en que se conforman los hábitos, habilidades, conocimientos y capacidades, y mediante los mismos procesos y
procedimientos educativos, ESTO ES DE MANERA GLOBALIZADA. Nos ceñimos a un número de valores universalmente aceptados por todos los entornos culturales, los tratamos con amplitud y
profundidad, y a través de ellos, se pueden globalizar aquellos que más tenga en cuenta cada cultura.
En los primeros años de la vida los valores, como todo en el niño, tienen un enfoque globalizado, al igual que sucede con los conceptos, las normas, las nociones, las capacidades, habilidades
y otras formaciones psicológicas, porque la actividad del niño y la niña en estas edades tiene un carácter generalizado. Solo en el final de la edad preescolar es que se comienza a plantear
una diferenciación de estos valores globales, en la medida en que el desarrollo afectivo y cognoscitivo permite un conocimiento y una vivencia mayor de la realidad circundante.
El valor como tal se conoce, se aprende y se elige en las acciones de la vida cotidiana, por los comportamientos que los niños y niñas asimilan y por los que observan en los adultos, y su
formación puede darse de manera espontánea, o dirigirse pedagógicamente. Esto último garantiza que el valor individual concuerde con lo que constituye la norma o valor social.